Leibniz. Metafísica y monadología (II)

Dios y el mundo.

Leibniz acude a la existencia de Dios para fundamentar su metafísica. Dios es quien hace posible nuestra comunicación con el mundo exterior, gracias a nuestra comunicación exclusiva con él por medio de la mónada de nuestra alma. Intentó dar una prueba convincente de la posibilidad de lo infinito para demostrar la existencia de Dios. Para ello se basará en el principio de la razón suficiente:

"No podría hallarse ningún hecho verdadero existente, ni ninguna enunciación verdadera, sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo"

Según Descartes, este principio debe de hallarse en las verdades contingentes o "de hecho" y la última razón de las cosas debe encontrarse en la sustancia necesaria. Lo contingente es lo posible (lo que puede existir o no existir); y si algo es posible ,es porque existe el necesario. Ya que eso que existe es posible, o es necesario y entonces ya existe por sí, o no es necesario y entonces ha de tener razón suficiente de existir en lo necesario. Por tanto, sólo Dios (el ser necesario) tiene este privilegio: que es preciso que exista si es posible.

Leibniz también se propone demostrar que este mundo, creado por Dios, es el mejor de los infinitos mundos posibles y esta es la razón suficiente de su creación. Sosteniendo la distinción en Dios entre intelecto y voluntad, y la prioridad de aquél respecto a éste, el principal atributo de Dios no será la omnipotencia, sino la sabiduría y la bondad.

En cuanto a las objeciones de los hombres motivadas por los males que existen en el mundo, Leibniz se vale del argumento agustiniano, en el sentido de que los hombres, no conociendo más que partes limitadas del mundo creado (que para Leibniz se extiende al infinito), no pueden comprender que lo que aisladamente aparece como un defecto, contribuye en realidad a la armonía y perfección del todo.

El conocimiento humano.

Leibniz admite la necesidad de la experiencia para adquirir conocimientos, pero a la afirmación aristotélica de que: "nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos", le añade: "salvo la mente misma".

Hay un conocimiento innato en el hombre, pero es potencial, que sólo se desarrolla con la actividad de la mente. La mente humana se halla en continua actividad, aunque esa actividad no siempre se manifieste: se dan muchas percepciones, de las que no somos conscientes en el momento de producirse.

Leibniz concibe dos tipos de verdades: verdades de razón, innatas, y verdades de hecho, que proceden de la experiencia:

Las verdades de razón son analíticas, es decir, basta con analizar el sujeto de la proposición para saber que el predicado le conviene. Las verdades de razón se fundan en el principio de contradicción (se incurre en contradicción al negarlas).

Las verdades de hecho, por el contrario, no son analíticas, es decir, no basta con analizar el sujeto de la proposición para comprender que el predicado le conviene. Las verdades de hecho se fundan en el principio de la razón suficiente. Este principio significa que todo tiene su razón de ser.

Las verdades de razón se dan sólo en el hombre, porque nuestra mente es limitada, pero para Dios todas las verdades son de razón porque conoce todo en presente. Además, las verdades de razón se refieren a esencias (son verdaderas independientemente de que existan o no los objetos a que se refieren) y se fundan en el conocimiento divino; mientras que las de hecho se refieren a existencias (que implican la existencia del sujeto) y se fundan en la voluntad de Dios.

Entre las verdades de razón se encuentra: la idea de Dios, los principios lógicos, los principios matemáticos y los principios prácticos de moral. Aunque estas verdades son innatas, no siempre son evidentes. Con frecuencia se llega a ellas por medio de mucha reflexión y esfuerzo.

La moral y el derecho.

La concepción del universo de Leibniz, creado para autoperfeccionarse en armonía, se traduce en una moral que tiende a buscar precisamente esa armonía entre todos los seres, particularmente entre los hombres. La actividad del hombre tenderá no sólo a su perfeccionamiento particular, puesto que es un ser en ineludible interrelación con los demás hombres y con Dios.

La suprema armonía se conseguirá con la aceptación de la ley más universal, de mayor rango y de mayor semejanza con Dios: la ley del amor.

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