Antes de nada sería curioso conocer desde cuándo estamos interesados en la observación del cielo. Los primeros testimonios escritos de observaciones astronómicas se remontan alrededor de unos 4000 años.
Se han encontrado algunas trazas de observación de eclipses totales de Sol del 2136 antes de Cristo y muchas más, aunque también mucho posteriores, de eclipses de Luna, todas ellas a partir del 1631 antes de Cristo. Los informes de observaciones de cometas son todavía más recientes y se remontan tan sólo al 687 antes de nuestra era.
Sin embargo todas estas observaciones se realizaban a simple vista, pues el telescopio es un invento mucho posterior.
¿Quién dirías que lo inventó?
Si preguntas a varias personas, probablemente todas ellas te dirán que fue el gran sabio italiano Galileo quien inventó el telescopio; pero eso es falso.
Lo que sí es cierto es que Galileo fue el primer hombre en dirigir este instrumento óptico hacia el cielo y gracias ello descubrió una gran cantidad de cosas hasta entonces impensables.
Galileo vió por primera vez en la historia los cráteres de la Luna, las manchas del Sol, los satélites de Júpiter, el anillo de Saturno (aunque no llegó a comprender que se trataba de un anillo) y una enorme cantidad de estrellas en la Vía Láctea que eran invisibles a simple vista y de las que era imposible conocer su número exacto.
¿Y quién lo inventó entonces?
No se sabe a ciencia cierta quién fue el inventor del telescopio. Se piensa que bien pudo ser el óptico holandés Hans Lippershey, alrededor del año 1604, o también que pudo ser el por aquél entonces conocido vidriero italiano Giambattista della Porta en Venecia, aproximadamente en el año 1590.
En cualquiera de los casos, el telescopio fue primeramente tratado como un secreto militar, ya que permitía distinguir a un soldado a varias leguas de distancia. Finalmente llegó a Italia, donde lo descubrió Galileo en el año 1609 e hizo el uso que todos conocemos de él.
Galileo entonces construyó varios de ellos, tallando él mismo las lentes y colocándolas en tubos de plomo. Los telescopios que construyó podían aumentar entre 3 y 30 veces, mucho menos que cualquier anteojo de aficionado en la actualidad y, sin embargo, estos artilugios revolucionaron la astronomía de la época.