Locke. El empirismo: conocimiento y ética (II)

El conocimiento humano

El conocimiento es la percepción del acuerdo o desacuerdo entre las ideas. El conocimiento es de dos clases: conocimiento intuitivo (inmediato y claro, y por ello no precisa de prueba alguna), y conocimiento demostrativo (obtenido mediante una serie de pasos, cada uno de los cuales, considerado por separado es de carácter intuitivo).

Sin embargo, podemos alcanzar el conocimiento real de la existencia de las cosas de tres modos: intuitivamente (así conocemos nuestra propia existencia); demostrativamente (la existencia de Dios), y por la sensación (la existencia de las cosas fuera de nosotros).

El conocimiento humano no puede ir más allá de las ideas que poseemos, ni puede pretender alcanzar a todo el universo. Pero la razón se extiende mucho más allá, ya que se explica también en los juicios de probabilidades, único medio para orientarse donde falta la certeza de las pruebas. De aquí nace la creencia u opinión (probabilidad), la cual, aunque sea una simple presunción de la verdad, es indispensable para la conducta práctica. Antes, sin embargo, de acordar nuestro asentimiento práctico a las probabilidades, debe anteceder un minucioso análisis para determinar al máximo la verosimilitud de toda opinión.

La fe religiosa debe subordinarse a la fe racional, y esto por dos motivos: primero, porque es la razón quien debe decidir sobre la autenticidad de quien refiere la revelación, y, segundo, porque aquellas proposiciones que se opongan al conocimiento práctico, son inaceptables. Hacer callar la razón en aras de la revelación es como querer arrancarse los ojos para ver mejor, ilusión que da lugar al fanatismo.

Ética y política

Locke esboza el proyecto de una ética demostrativa que tenga la misma evidencia y certeza que las matemáticas, en contraste con la variedad de normas seguidas de hecho por los diversos pueblos. En todo caso lo cierto es que el hombre, para vivir, ha de saber a qué atenerse, con el objeto de orientar su vida como individuo y como miembro de la sociedad.

Entre las ideas adquiridas por la sensación y reflexión se encuentran las de placer y dolor. Este es un primer determinante de la moral. El hombre tiende a la consecución del placer, que identifica con el bien, y al rechazo del dolor, que identifica con el mal. Esto no quiere decir que Locke sea un hedonista. Explica, en efecto, que no todo placer merece bendición, sino sólo aquel que marche de acuerdo con la ley divina, verdadera inspiradora de lo bueno como conveniente.

En lo referente a la política, Locke ha sido considerado como el padre del liberalismo moderno. Si Hobbes veía el absolutismo como un precipitado natural del Estado, Locke arguye que el dirigente está limitado por la "ley de naturaleza". Sus poderes son una representación aglutinante de los miembros de la sociedad.

El monarca puede ser despojado de su dignidad por parte del pueblo, si su autoridad va en contra de la voluntad del pueblo, si no es merecedor de la confianza que el pueblo tiene depositada en él. El monarca debe salvaguardar las libertades de los ciudadanos, principalmente el derecho a la libertad y a la propiedad.

En Locke, pues, se supera el estado natural de Hobbes, gracias al pacto social, por el que el individuo se siente protegido. Esta defensa individual conlleva un bien común: al propiciar la felicidad individual, se está abriendo paso a la prosperidad colectiva. El ensamblaje del Estado queda en Locke definido por la conjugación de tres poderes: el legislativo (en el que los diputados elegidos por el pueblo elaboran las leyes), el ejecutivo y el federativo (alianza para la defensa). Los dos últimos poderes pueden descansar en manos del monarca, no así el primero. Esta concepción del Estado, cambiado el tercer poder por el poder judicial, es la base de las democracias modernas.

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